Ayer me dijeron reina.
Me lo gritaron en la calle.
Lo dijo el cajero del super, el chofer de bus que me explicó cómo agarrarme para no caerme.
Las reinas reales la han pasado mal. Basta con recordar a la reina virgen, a Ana Bolena, todas las Isabeles, Hatshetsup y cientos más, para percibir enfermedades mentales, hijos e hijas muertas y desaparecidas, abortos, represión, violencia y todo lo demás que nosotras también conocemos sin ser reinas.
Ayer me dijeron reina, bajito y al oído.
Decirnos “reina” les es visiblemente satisfactorio. Les otorga inmediatamente a los emisores masculinos el título nobiliario que tanto necesitan de reyes, reyes de la calle, la acera y mi cuerpo.
Las reinas han sido infelices, asesinadas y asediadas desde que el mundo es mundo masculino.
Me dijeron reina en la acera, frente al banco, en el parque, la universidad, la calle, el trabajo, en el bus y el taxi. Todo lugar público es territorio de asedio.
Esa realeza masculina que reina en las calles de este país no tiene idea de lo que sentimos al ser sus “reinas”.
“No soy tu reina”, dice la camisa que me regalaron unas amigas.
Ninguna somos reinas ni siquiera de nuestro propio reino hecho de carne, músculos, ovarios, vagina y útero, cerebro y riñones.
Cuando un hombre decide por mí, no soy ni siquiera su súbdita, soy su esclava.
Cuando el presidente, el congreso y la iglesia deciden por mí, soy la reina de nada.
Anoche me dijeron reina y me dio miedo. No me puedo defender. Me pondría en peligro y sería mi culpa por responder.
Ayer me dijeron reina. Hoy nos matan como han matado reinas, súbditas, esclavas, niñas, madres, esposas, novias, mujeres trans y adultas mayores desde el principio de la historia.
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